Supersticiones y agüeros de Año Nuevo
Las supersticiones y agüeros que giran alrededor de la llegada del Año Nuevo, de las que muchas personas de nuestro tiempo se afanan por realizar, no solo en las grandes urbes, sino también en el más pequeño conglomerado, aunque parezca mentira, son tan antiguas que vienen atadas a las tradiciones de la sociedad.
Las supersticiones y agüeros que giran alrededor de la llegada del Año Nuevo, de las que muchas personas de nuestro tiempo se afanan por realizar, no solo en las grandes urbes, sino también en el más pequeño conglomerado, aunque parezca mentira, son tan antiguas que vienen atadas a las tradiciones de la sociedad.
Y es así. Las cabañuelas populares, desde
las más antiguas civilizaciones, a lo
largo de muchos siglos han ido creando en torno a la llegada del Año Nuevo
creencias y más creencias, generadas por el incesante comercio, que son
proporcionalmente directas con el crecimiento de las ciudades, mientras que las
poblaciones pequeñas se quedan rezagadas
con sus tradiciones y costumbres.
Y
es que estos augurios y vaticinios, que muchas personas practican y
esperan se cumplan, dependen del lugar y de la época que se está viviendo y
cada uno tiene una explicación, a veces mítica, a veces religiosa, a veces
filosófica, otras veces semiótica y en
el ultimo de los casos, familiar. Una de
las prácticas más comunes es quemar el año viejo, simbolizado en un muñeco
esperpéntico y estrafalario que representa algún mal o hecho funesto y
además, por cuanto una gran parte de la
sociedad, quiere romper el nexo con todo lo pasado y mirar el futuro. En
algunas partes del mundo se hace homenaje a la uva, a las doce uvas, el símbolo
de la vendimia, de la producción y de la cosecha; en otras partes muchas
personas, hombres y mujeres, al momento
de las doce campanadas, se desnudan y se ponen un bombacho amarillo. Otras por
el contrario, cogen sus maletas, le dan una vuelta a la manzana o simplemente
se van. En algunas regiones de Asia, aún subiste la tradición entre las mujeres
vírgenes que llegan a la pubertad, de prostituirse en homenaje a Azur, el dios
creador de las Aguas.
Para los antiguos griegos y latinos que
vivieron el esplendor de la mitología, la fecha más importante eran las doce de
la noche del 31 de diciembre, por cuanto era el cambio, que de acuerdo con la
clepsidra o el gnomon marcaba también el cambio de faz de Jano, el dios
bifronte poseedor de la clarividencia, pues una cara la que miraba el pasado
quedaba en el erebo, mirando siempre el mundo subterráneo y la otra, la que
miraba el futuro, señalaba los caminos hacia el Olimpo, iluminado por los
dioses menores, Eos, la diosa de los dedos de rosa, y Helios, la estrella del calor y
llevándolos hacía las cosechas y frutos que prodigaba el cuerno de la
abundancia. Los griegos y romanos, tributaban toda clases de fiestas y ditirambos
a Jano, hacían cábalas y a través de las sibilas y los oráculos conocían los
vaticinios de lo que iba a suceder. Estas fiestas las emparentaban con las
lupercales, que eran las fiestas que le tributaban a las lobas en el mes
de febrero a Baco, las que llevaban en la procesión un Falo, símbolo de la
fertilidad y el poder.
Entre los antiguos y nuevos chinos, el año nuevo, que no
corresponde a la fecha nuestra, este se recibe con un despliegue de fuegos
artificiales. Durante la quema aparecen dragones y toda clases de animales y
figuras legendarias. Para algunas tribus
y pueblos africanos, no sometidos por los europeos, sus tradiciones ancestrales
aún persisten. Salen a cazar la tortuga blanca, que según la leyenda, traerá el
bienestar y la felicidad del Nuevo
Año.
En todo caso, cada pueblo y cada sociedad,
vive y celebra la llegada del año nuevo, de una manera diferente, unas veces
con una cena, otras veces haciendo el amor con el mejor o la mejor amiga de la
esposa detrás de la puerta; saboreando las doce uvas de las felicidad;
mordiendo una manzana; usando calzones amarillos; añorando el pasado o
columbrando el futuro; bebiendo ron y cervezas
o comiéndose un opíparo banquete en familia. Yo por ejemplo, lo pasaré
con mis ancestros chimilas, en algún lugar de este mágico y querido
Caribe.
Diario La Verdad, Cartagena, 28 de
diciembre de 2006