martes, 19 de junio de 2012

Supersticiones y agüeros de Año Nuevo


Supersticiones y agüeros de Año Nuevo

Las supersticiones y agüeros que giran alrededor de la llegada del Año Nuevo, de las que muchas personas de nuestro tiempo se afanan por realizar, no solo en las grandes urbes, sino también en el más pequeño conglomerado, aunque parezca mentira, son tan antiguas que vienen atadas a las tradiciones de la sociedad.
Y es así. Las cabañuelas populares, desde las más antiguas civilizaciones,  a lo largo de muchos siglos han ido creando en torno a la llegada del Año Nuevo creencias y más creencias, generadas por el incesante comercio, que son proporcionalmente directas con el crecimiento de las ciudades, mientras que las poblaciones pequeñas se quedan rezagadas  con sus tradiciones y costumbres.
Y  es que estos augurios y vaticinios, que muchas personas practican y esperan se cumplan, dependen del lugar y de la época que se está viviendo y cada uno tiene una explicación, a veces mítica, a veces religiosa, a veces filosófica, otras veces semiótica  y en el  ultimo de los casos, familiar. Una de las prácticas más comunes es quemar el año viejo, simbolizado en un muñeco esperpéntico y estrafalario que representa algún mal o hecho funesto y además,  por cuanto una gran parte de la sociedad, quiere romper el nexo con todo lo pasado y mirar el futuro. En algunas partes del mundo se hace homenaje a la uva, a las doce uvas, el símbolo de la vendimia, de la producción y de la cosecha; en otras partes muchas personas, hombres y mujeres,  al momento de las doce campanadas, se desnudan y se ponen un bombacho amarillo. Otras por el contrario, cogen sus maletas, le dan una vuelta a la manzana o simplemente se van. En algunas regiones de Asia, aún subiste la tradición entre las mujeres vírgenes que llegan a la pubertad, de prostituirse en homenaje a Azur, el dios creador de las Aguas.
Para los antiguos griegos y latinos que vivieron el esplendor de la mitología, la fecha más importante eran las doce de la noche del 31 de diciembre, por cuanto era el cambio, que de acuerdo con la clepsidra o el gnomon marcaba también el cambio de faz de Jano, el dios bifronte poseedor de la clarividencia, pues una cara la que miraba el pasado quedaba en el erebo, mirando siempre el mundo subterráneo y la otra, la que miraba el futuro, señalaba los caminos hacia el Olimpo, iluminado por  los  dioses menores, Eos, la diosa de los dedos de rosa, y  Helios, la estrella del calor y llevándolos hacía las cosechas y frutos que prodigaba el cuerno de la abundancia. Los griegos y romanos, tributaban toda clases de fiestas y ditirambos a Jano, hacían cábalas y a través de las sibilas y los oráculos conocían los vaticinios de lo que iba a suceder. Estas fiestas las emparentaban con las lupercales, que eran las fiestas que le tributaban a las lobas en el mes de febrero a Baco, las que llevaban en la procesión un Falo, símbolo de la fertilidad y el poder.
Entre los antiguos  y nuevos chinos, el año nuevo, que no corresponde a la fecha nuestra, este se recibe con un despliegue de fuegos artificiales. Durante la quema aparecen dragones y toda clases de animales y figuras legendarias.  Para algunas tribus y pueblos africanos, no sometidos por los europeos, sus tradiciones ancestrales aún persisten. Salen a cazar la tortuga blanca, que según la leyenda, traerá el bienestar y la felicidad del  Nuevo Año. 
En todo caso, cada pueblo y cada sociedad, vive y celebra la llegada del año nuevo, de una manera diferente, unas veces con una cena, otras veces haciendo el amor con el mejor o la mejor amiga de la esposa detrás de la puerta; saboreando las doce uvas de las felicidad; mordiendo una manzana; usando calzones amarillos; añorando el pasado o columbrando el futuro; bebiendo ron y cervezas  o comiéndose un opíparo banquete en familia. Yo por ejemplo, lo pasaré con mis ancestros chimilas, en algún lugar de este mágico y querido Caribe. 
Diario La Verdad, Cartagena, 28 de diciembre de 2006

sábado, 24 de marzo de 2012

Los más famosos cornudos de la Historia




Hace pocos días me sorprendí cuando escuché la noticia de que un joven, de una ciudad centroamericana, de apenas veinte años, estudiante de literatura, se había pegado un certero balazo en la sien, después que supo por boca de uno de sus compañeros de estudios que su adorada novia se la estaba jugando con el profesor de Semiótica. “No quiero ser un carnudo tan joven”, fue lo único que escribió en la nota quirografaria y firmada por él y que fue encontrada entre las fojas de un libro de poesía de Charles Baudelaire.

Es posible que este desgraciado joven, como los habrá muchos en la ciudad y en el país, no conoce que el mundo, desde tiempos míticos está lleno de cornudos muy famosos, que incluye dioses, semidioses y humanos, y que algunos han aceptado los cuernos como un hecho natural y que otros, aunque no han llegado a situaciones tan extremas, han desatado guerras entre ciudades y Estados.

Quizás el más famoso de todos es el rey Minos, quien es el primero de toda la prole del mundo y el que acuña el término carnudo, desde el mismo momento en que la reina Pasifae, su esposa, se enamora del toro sagrado de Poseidón, y de cuyo extraño connubio nació el Minotauro. A partir de esos momentos, los griegos que quizás, eran los más grandes mamadores de gallos del mundo, signaron a todas aquellas personas del sexo masculino como cornúpetas o cabrones, pues no se sabía de quien era el hijo de Pasifae, si de Minos o de Tauro.

A este hado fatídico, que algunas féminas persas justifican porque según ellas, Mahoma, predicó que “a la entrada de la caverna de cada mujer está escrito el nombre o los nombres de los hombres que por ella entrarán”, no escapó ni el amargado y huraño dios Vulcano, pues apenas salía con sus fierros para la fragua, su esposa, la casquivana y hermosa Afrodita, llenaba el tálamo nupcial con toda clase de amantes, y tampoco el valiente Menelao, que debió cargar sobre sus espaldas durante varios años las infidelidades de Helena, inclusive después que la rescató en la Guerra de Troya.

Para la literatura universal, los cabrones han sido temas muy importantes en sus argumentos. Las narraciones de las Mil y Una Noches, se originan a partir de la infidelidad de las esposas de Schariar y Schazamán, reyes sasánidas que gobernaron el reino de Samarcanda y que ante semejante afrenta decidieron abandonar sus reinos y volver cuando encontraran a alguien con un sufrimiento mayor que el de ellos. Solo deciden volver, cuando son testigos de que una mujer, somete a un genio que la ha tenido cautiva más de cien años, no solo con su vanidad, sino también con su infidelidad. Schariar, consideró que era más grande el mal para el genio y decidió volver, para fornicar niñas de quince añitos y en la mañana cortarle la cabeza, hasta que cae rendido en las redes tejidas por Scheherezada, la más notable narradora de cuentos del universo.

El Satiricón de Petronio, es un ditirambo al dios fálico Príapo. En Tartufo de Moliére, el tema más importante es el de los cornudos. La Dama de las Camelias, de Dumas, el hijo, la infidelidad es manifiesta. Madame Bobary, de Flaubert, recrea la vida del médico Charles, que no solo acepta las infidelidades de Emma, su esposa, sino que las estimula. D. H. Lawrence, en El amante de Lady Chatterley, a pesar de las infidelidades de Connie, la protagonista, con el criador de faisanes de su hacienda, la novela recrea aspectos notables de la sociedad inglesa.

Aunque el término cornudo, en nuestros días también se aplica a las féminas, cuando el marido le es infiel, este antiguamente solo se aplicaba al hombre. Los antiguos latinos les decían cornúpeta o cabrón (de cabra) y en algunos países de las Antillas, los llaman venados.

De todas maneras, a pesar de que estamos viviendo los tiempos modernos, no deja de ser un estigma o una situación incómoda para una persona que la señalen o le hagan mofa con los cachos, cada vez que llega a un lugar, o en el menor de los casos, le pongan los cuernos en la ventana de la casa, como sucedió en un pueblo de la costa.

Pienso que esa situación debió enfrentar el estudiante de literatura, cuando supo que Cándida Virginia, su novia, se la estaba haciendo con un amigo suyo y fue entonces cuando comprendió los saludos amistosos y burlones de sus amigas, que cuando llegaban le decían como estás Inocencio y se ponían las manos empuñadas sobre las sienes y señalando con el dedo índice hacía arriba.

Diario La Verdad, 2A Cartagena, martes 22 de mayo de 2007







El Muro de la Infamia




En la capital de la República se han polarizado las opiniones, no solo de sus habitantes respecto al recién aprobado Muro de la Infamia, sino que también, instituciones de diversas índoles, religiosas, cívicas y hasta políticas, han tomado partido y han opinado ansiosamente sobre la conveniencia o inconveniencia de que las fotos con los feos y malucos rostros de los violadores de niños aparezcan cada cierto tiempo para que la gente los identifique y los signe como los más peligrosos elementos de nuestra sociedad.

Es bueno saber que esta práctica de señalamiento de los más peligrosos personajes de la sociedad no es nada nueva y que tampoco los honorables ediles de la capital, que andan pregonando a los siete vientos su iniciativa y bailando en un solo pie por la aprobación de dicho acuerdo, estén descubriendo el agua tibia, pues entre los antiguos griegos, cada semana, debido a que en el ágora no había fotógrafos especializados con cámara de carbón, electrónicas o digitales, se buscaba al tallador oficial para que hiciera los rostros de los delincuentes en un tronco de palo de ébano, no solo de los violadores, sino también de políticos y corruptos para exhibirlos en el ágora.

Pero muchos años antes de que los griegos impusieron esta práctica, en Nínive, el rey Senaquerib, que modernizó la ciudad con grandes edificios, amplias avenidas, plazas, parques, jardines y bulevares, también a la entrada de la ciudad hizo construir un muro, en donde cada cierto tiempo las autoridades fijaban los nombres de personas indeseables que no podían ingresar a la ciudad.

Posiblemente los más famosos muros de nuestro tiempo sean el Muro de Berlín, que es la más grande ofensa del comunismo al mundo contemporáneo, construido en 1961 y derribado por el nuevo pensamiento alemán en 1989, y el Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, con más de dos mil y pico de años, sitio habitual de plañideras, rabinos y judíos y a donde llegan en tropel turistas de todo el mundo a tomarse una foto para mostrarla orgullosos a sus hijos y nietos.

Yo estoy de acuerdo con la gran mayoría de rolos que ven con buenos ojos que haya un Muro de la Infamia, pero que en dicho portal no solo aparezcan en sitios de privilegios, las fotos de los violadores de niños, sino que también aparezcan las fotos con los nombres de aquellos funcionarios y políticos corruptos que han chupado, pelechado y hurtado al país y al pueblo los dineros para el mejoramiento de su ciudad. Ya lo han expresado el procurador, el fiscal y el contralor que los delincuentes de cuello blanco, esos que se hacen elegir en corporaciones de privilegio o en cargos para administrar la cosa pública, utilizando toda clase de artimañas, que se hacen fotografiar a toda hora, son más peligrosos que un criminal con una bazuka.

En todo caso, el debate sobre el Muro de la Infamia está abierto, ya una ciudad dio el primer paso para mostrarlos, no como valores o personajes que deben publicitarse como arquetipos o modelos, sino como lo más oprobioso, degradado y despreciable de la sociedad, y ojalá las demás corporaciones edilicias sigan su ejemplo, pues una manera de que se conozca a los delincuentes que hacen daño a la sociedad es mostrando su carátula, y esto no es nuevo porque hace más de dos mil años ya los griegos, en el ágora lo hacían cuando el artista en trozos de ébano hacía el retablo de cada uno los forajidos, que habían desfalcado el erario público o habían hecho daño a la sociedad..

Diario La Verdad, 2A Cartagena, martes 22 de mayo de 2007




Baltazar Garzón y la etnia Chimila



El juez Baltasar Garzón, famoso no por el arresto propinado a Pinochet, sino porque fue el primero de los muchos jueces no venales del mundo que se atrevió a escuchar las voces de los que no tienen voz, y el que hasta ahora se ha atrevido a señalar a quienes han cometido grandes genocidios en la historia contemporánea, en mi humilde condición de descendiente de la etnia Chimila, seguramente él no sabe que de todas las tribus que enfrentaron sus paisanos para birlarle el territorio y sus riquezas, esta fue la más brava, valiente y heroica, quiero solicitarle que haga un retroceso de doscientos cincuenta años a la historia y abra causa a los reyes de España por la arremetida exterminadora que reiniciaron en 1750

Lo más seguro es que esta nota pública, que no es una denuncia, no llegue a oídos del juez Baltasar Garzón, y se llega lo más seguro es que se hará el sordo, y tampoco a las cortes de España y muchos menos traspase el blindaje que arropa al rey de España, a lo mejor se queda en algún cuarto olvidado, en el de San Alejo o es posible que algún alma caritativa se la haga llegar por las vías expeditas de nuestro tiempo, correo, Internet o simplemente diga que estoy más desfirolao por cuanto trato de mancillar una de las instituciones más prestigiosas de nuestro tiempo y la que en cierto sentido puso fin a la sangrienta y funesta dictadura de Franco.

Pero, si los jerarcas de la Iglesia Católica, que gozan de tantos y tantos privilegios, respetos y títulos, en los últimos tiempos han reconocido los desmanes y atropellos contra muchos pueblos del mundo, especialmente por la diáspora judía, y también reconocieron su parte de culpa en las atrocidades de Hitler y de tantos genocidas del mundo, creo que también el Rey de España, en su sana sabiduría debiera ofrecer excusas, pedir perdón y resarcir los daños cometidos por sus antecesores al pueblo colombiano, en especial a quienes llevamos y nos enorgullecemos de que por nuestras venas fluye aún la indómita y salvaje sangre americana.

Los Borbones españoles del siglo XVIII, entre ellos Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, con el ánimo de aplicar su política de reformas, que no solo se empleó en España, sino que abarcó a las Colonias americanas con tan funestas consecuencias, que del año de 1741 al 1778, la bárbara nación Chimila que habitaba en el territorio de la llamada Gobernación de Santa Marta, fue asediada, desplazada, sacrificada, sometida y minimizada. De unos 100 mil indígenas que poblaban aquellos territorios a donde había sido imposible penetrar los españoles, apenas quedaron unos pocos para contarlo.

Esos hechos que los cuenta el maestre de campo don José Fernando de Mier y Guerra, Caballero de la Orden de Santiago, quien además fue testigo y protagonista, están contenidos en sus documentos sobre Poblamientos de la Provincia de Santa Marta en sus informes a la Corona. Allí cuenta como llegaban sus huestes a las aldeas, y arramblaban con todo lo que encontraban a su paso, siempre con él animo de exterminar a los Chimilas, porque éstos habían resistido el asedio desde la llegada de Balboa a las bocas de Yuma en 1501. Ese sangriento y aleve ataque de que fueron víctimas los Chimilas, dejaría como consecuencia la refundación de las poblaciones de Plato, Chimichagua, Santa Bárbara de Pinto, Santa Ana, San Sebastián de Buenavista, Guamal y Nuestra Señora de la Candelaria de El Banco, entre otras.

Aunque para muchos investigadores del Derecho Internacional estos hechos hayan preescrito, es posible que el juez Baltasar Garzón, que ha demostrado que es un duro e inexorable personaje de la justicia internacional, estudie este caso, para bien de la Historia Universal y conmine a sus propias autoridades reales a que, por lo menos, sino resarcen el daño causado por sus antecesores reyes, por lo menos ofrezcan las excusan a quienes descendemos de la etnia Chimila, la más valiente, brava y heroica de cuantas habitaron el territorio americano, porque si no lo hace, demostraría con ello no solo su parcialidad sino un irrespeto al pueblo americano.

Duario la Verdad,  Cartagena, jueves 5 de abril  de 2007                                       



Murió Pepe Cury, padre del Costeñol



Conocido como el padre del Costeñol, José Elìas Cury Lambraño, uno de los más importantes intelectuales del Caribe colombiano, hace pocos días murió en su hogar de Corozal, a la edad de ochenta y dos años y después de haber dedicado su vida a la investigación, especialmente al Costeñol, Corronchol y Casteñol, nombres que le endilgó a las diversas formas del habla y de expresiones en esta parte del país.

El nombre de Pepe Cury, como era llamado por sus amigos este ilustre hombre corozalero, se suma a los de otros investigadores del país, como don Luis Flòrez, Mario Alario Difilippo, Dimas Badel, Abel Ávila Guzmán y Jesús Cárdenas de la Ossa, que a lo largo de su vida se han quemado las cejas y se han ahumado las pestañas escudriñando y escarbando en el rico acervo lingüístico de Colombia y en especial el de la rica y mágica región caribe colombiana.

Desde el día en que le conocí en el Encuentro de Escritores Costeños que se realzó en Sincelejo en 1983, siempre tuve una admiración fervorosa por lo que hacía, por lo que investigaba y por su carismática persona. Por su barba albina y frondosa parecía uno de esos personajes de la Biblia y por los conocimientos que transmitía era una especie de sacerdote tibetano. Era un maestro que entregaba todo, se dejaba leer como un libro abierto y no escondía un solo ápice de su sabiduría. No había en Pepe Cury prepotencia de nada, tampoco vanidad y mucho menos petulancia.

Sus trabajos admirables sobre el Costeñol, el Casteñol y el Corronchol, dialectos “con toda la barba”, como los llamaba su autor, son en cierto sentido la partida de bautismo, la carta de presentación, de quien enfrentó el decadente castellano peninsular con el naciente, alegre y vivificante castellano caribe. No hubo variante lingüística que no pescara en la red de sus investigaciones.

Cury Lambraño, que también incursionó en la política y ocupó curul en el Congreso de la República, que quiso incursionar en los campos de Asclepios y luego en los valles de Ulpiano, que en su juventud anduvo por las aulas transmitiendo sus conocimientos sobre el griego y el latín y después terminaría sumergido en la Filología, la Gramática y la Lingüística, que incursionó también por las montañas espesas de las Musas, especialmente Erato y Clío, lega al rico acervo cultural del país los libros “Verbos Irregulares”, “Gazafatario Regional” y “Costeñol versus Español”.

Con la muerte de Pepe Cury, se va uno de los más queridos y serios investigadores del país. Nunca fue un posudo, no era hombre de buscar cámaras, el trabajo lo hacia silencioso y lo mostraba en el momento en que era necesario. En eso se distinguió de muchos seudos y para intelectuales, de esos que jamás han escrito nada, que odian las manifestaciones culturales, que despotrican de los investigadores, que desdeñan de los artistas, en especial de los de la bella palabra escrita, pero que andan olisqueando y buscando un lugar donde haya un evento social, una reunión para hacerse invitar, cruzar allende las montañas en avión, ponerse una escarapela en el cuello y asistir al cóctel para chismosear. Pepe Cury no era de esos.

Pero aunque haya muerto el padre del Costeñol, Casteñol y Corronchol, sus ideas siguen vivas, están latentes, porque sus investigaciones fueron serias, no estuvieron nunca bajo el sino de la apariencia. Ese ingente trabajo meritorio que incluyó investigaciones relacionadas con el Costeñol Indiano, Afrocosteñol, Castellano, o mester de buguesía y Corronchol, o mester de ruralía, fue premiado y reconocido por la Corporación Universitaria del Caribe que, le otorgó el título de Licenciado Honoris Causa en Español y Literatura. Con la muerte de Pepe Cury, se cierra uno de los más bellos capítulos de la investigación lingüística en nuestro país, pero se abre una puerta para la discusión y el debate: Qué hablamos nosotros: ¿Corronchol, Casteñol o Español? Para honra de Pepe Cury apenas se inicia la controversia.
Diario La Verdad, 2A  Cartagena,  viernes 16 de marzo  de 2007

jueves, 8 de marzo de 2012

EL JAGÜEY DE LA VIRGINIDAD


era una loba joven y lanzada que se ganaba la vida
vendiendo caricias y amores a viejos verdes para
 pagar sus estudios universitarios

Hace pocos años, cuando aún era un errabundo bohemio y andaba por los pueblos ubicados a orillas del Río Grande de la Magdalena, ganándome la vida vendiendo lebrillos y tinajas, “made in Doña Juana”, tuve noticias de la existencia del jagüey de la virginidad, un oasis de aguas encantadas que se encuentra ubicado cerca de Pueblo Bonito en algún lugar de este caribe quimérico y soñador.

Fue Purita Inocencia, que aún todavía era una loba joven y lanzada que se ganaba la vida vendiendo caricias y amores a viejos verdes para pagar sus estudios universitarios, la que me dijo el sitio exacto en donde estaba el jagüey de la virginidad, que según contaban, tenía la virtud de devolver la pureza a las divas que la hubiesen perdido. La dama que quería recuperarla debía sumergirse en sus aguas en las noches de plenilunio, después de alcanzar el frenesí en la danza de los tambores. “Realicé varias excursiones con buses llenos de mujeres de todas las edades, unas porque querían complacer a sus futuros maridos y otras porque querían morir con sus piezas íntegras”, me dijo.

Para mi no fue fácil encontrar ese jagüey, pues estuve casi nueve años, unas veces en burro, otras en canoas, a veces de a pie, subiendo montañas, pasando toda clase de trabajos, siguiendo con sumo cuidado pistas y rastros, desde la noche en que escuché la fantástica historia de aquel pozo que tenía la virtud de devolver la virginidad todas las veces que quisiera, a la mujer que la hubiese perdido en un momento de felicidad o en las más vergonzosas circunstancias.

Eran los días en que la virginidad estaba de moda y la castidad era la principal virtud que la mujer entregaba de dote al marido. Cuando eso no sucedía, entonces el esposo, lleno de orgullo y de soberbia, no sólo mataba a su amada después de encontrar que esta ya había probado los efluvios divinos del himeneo, sino que también se suicidaba dejando una carta llena de perfumes en la que explicaba hasta la saciedad que tomaba aquella decisión, porque se sentía burlado y él no iba a cargar sobre sus sienes los cuernos de la ignominia, la infamia y la degradación.

Aunque todo eso es parte de la prehistoria y de la fábula, pues han transcurrido muchísimos años desde que Purita Inocencia, en una noche de juerga me soltó todo el chorro de su secreto, hace pocos días, una amiga mía que perdí de vista desde cuando estudiaba en la universidad, me llamó toda desesperada desde su residencia en una ciudad del interior del país para que la llevara hasta las míticas y encantadas aguas del jagüey que tiene la virtud de devolver la virginidad. “Tú sabes donde quedan esas aguas, y quiero que me lleves allá”, me dijo casi llorando.

Confieso que he buscado y rebuscado el mapa, he escarbado en todos los rincones y plúteos de mi biblioteca y no ha quedado una sola balda que no haya sido registrada y no he encontrado nada. He revisado cada una de las piezas de mi memoria y no encuentro un solo indicio que me oriente para encontrar el tan preciado lugar. Sé que no es un sueño porque me he topado con algunas damas encopetadas y me han saludado con mucho cariño y me han expresado su agradecimiento y felicidad. De todas maneras, esa noche que mi amiga me llamó, le dije sumergido entre el sueño y la realidad. “Para qué quieres la virginidad, si ya eso no se usa”. ¡Eso es lo que tú crees!, me dijo al otro lado del mundo.

De todas maneras, la esperanza es lo último que se pierde, y yo espero encontrar el croquis del sitio en donde se encuentra ubicado el jagüey de la virginidad, porque en estos días, he recibido una pila de mensajes por teléfono y por internet, enviados por conocidas y desconocidas en las que me urgen las lleve a Pueblo Bonito, porque quieren sumergirse en las aguas del pozo, para soldar sus piezas y recobrar la doncellez y la castidad.

Diario La Verdad
2A Cartagena, viernes 23 de febrero de 2007





EN DEFENSA DEL BURRO DE TURBANA


Ante la alharaca de voces y contumelias, de insultos y amenazas ofensivas que se han levantado en contra del pobre burro de Turbana, que le mordió la nariz a una parroquiano de aquella población, considero justo y necesario hacer la defensa de ese infortunado y humilde animalito que tantas y tantas glorias le ha dado a la economía del país, y especialmente a nuestros campesinos, a pesar del buque, el tren, la tractomula y el avión.

El burro es según lo estudiosos de la biología, el animal más manso de cuantos existen en el mundo y el más resistente a la fatiga, el hombre lo maltrata, lo esclaviza, lo mal alimenta, y el pobre burro jamás dice nada, nunca rebuzna y tampoco da patadas. Tan manso y noble es el jumento, que a pesar de que el hombre le seduce a su hembra, jamás produce un solo relincho de protesta.

De todos los equinos y bestias de cargas, el onagro es sin lugar a dudas el que menos costoso le sale al hombre, pues mientras los caballos, bueyes y hasta los mulos se alimentan de pienso, heno y forraje y su trato es de estrato 6, los pobres asnos, tanto los salvajes como los domesticados, además de que tienen la virtud de buscar su propia comida y alimentarse con hierbas y hojas secas, también rebuscan entre los rastrojos y matorrales raíces afrodisíacas, que muchas personas consumidoras de viagra envidiarían.

En la antigüedad el burro fue un animal distinguido hasta el punto de que hubo sociedades primitivas que practicaron la onolatría y lo asimilaban al mito de Príapo. Según el Libro de los Números, Dios le habló al pueblo de Israel, por medio de la burra que montaba el adivino Balaam. Jesús lo utilizó como medio de locomoción y en un pollino manso llegó a Belem. Lucio Apuleyo lo inmortalizó en El Asno de Oro, y lo propio hicieron Sancho Panza con su Rucio y Juan Ramón Jiménez en “Platero y Yo”. En nuestro país no solo ha sido elegido en algunas ciudades concejal y diputado, sino también representante y senador.

Muchos serían los argumentos que tenemos para hablar bien y defender a este pobre animalito que llegó desde Libia con los invasores, que como el más sometido de todos los esclavos aguanta palo, hambre y sed y cuanto castigo le propina el hombre y que ha caído en desgracia por, seguramente, haberse defendido. Podríamos preguntarnos cómo fue qué una persona de casi dos metros se dejó morder la nariz por un jumento que apenas alcanza un metro y medio de altura. Algo le estaba haciendo este personaje a nuestro querido burro, pues difícilmente, un animal que de acuerdo con su estudio filogenético es el más manso y obediente del mundo, haya cometido semejante mordida.

La fiscalía y la sociedad protectora de animales, pues este es un caso es para ellas, ya que está de por medio la vida no del burro jarocho de Turbana, sino de todos los animales que en el futuro traten de defenderse de sus agresores, deben investigar el caso y encontrar al culpable, sea el burro o la persona agredida, pues considero y es mi punto de vista, que ese jumento, que según me han contado las pollinas de aquella población, es el más querido y el que más piropos les echa cuando ellas mueven la cola, nunca se ha rajado un peo en público y que además se ha distinguido por su educación y respeto, no hizo otra cosa que defenderse de una agresión consuetudinaria que seguramente le propinaba en esos momentos el ahora ñato de Turbana.

Diario La Verdad
2A Cartagena, miércoles 31 de enero de 2007

LA IN FIDELIDAD



A finales del año pasado una estudiante de periodismo de una universidad local, en el parque de Bolívar, cuando departía con otros amigos acerca de la bravura y gregarismo de la maríamulata me preguntó a quemarropa, poniéndome el micrófono en la nariz para que le respondiera que opinaba de la infidelidad. Naturalmente que me cogió fuera de base, pues esa palabra jamás estuvo en mi diccionario, hasta ese día en que me tocó hacerle toda una disertación desde los tiempos de la mitología griega, pasando por la Biblia y aterrizando en nuestros días.

Vine a comprender el sentido de la pregunta pocos días después cuando le comenté al poeta José Ramón Mercado acerca de lo que me había sucedido con la joven periodista. No seas marica, me dijo, pégate a la televisión y mira los bodrios y culebrones para que comprendas donde está la respuesta. Y ha sido así. Me toco multiplicarme y grabar más de un episodios para mirar, estudiar y analizar las escenas, los viñedos y comprender que en cada capítulo, hay una escuela que enseña a ser infieles, tanto a hombres como a mujeres.

Y es que esta compleja situación de buscar una nueva compañía, sea como pasatiempo o para establecer relaciones permanentes no es nueva. En la mitología griega, las más casquivanas eran las diosas y la campeona de la infidelidad fue Afrodita, la diosa de la belleza y del amor. Casada con Vulcano, el dios del fuego, que vivía en la falda del Volcán Etna, no solo le fue infiel con el prepotente Marte, dios de la guerra, sino que también le fue infiel con cuanto mortal encontraba en sus caminos. Por el lado de los dioses sucedió lo mismo. Zeus, realizó toda clase de piruetas y triquiñuelas para eludir la tenaz vigilancia de Hera, la diosa protectora del matrimonio.

No obstante la pregunta que me hizo esa vez la estudiante me siguió martillando y también se la espeté a algunos amigos y cada uno me respondió según su profesión: “es una enfermedad”, me dijo un médico. “Es una locura”, me dijo el siquiatra. “Es la violación a la ley”, me dijo un jurista. “Pecar contra el 6 mandamiento”, me dijo un sacerdote católico. “Es una chiva”, me dijo un periodista. “Es tener otro papá u otra mamá”, me dijo un niño que encontré jugando en el parque. “Es la una nueva opción”, me dijo un filósofo.

Es de anotar que ninguna sociedad, por muy recatada que sea ha escapado a este juego loco en el que entran varios ingredientes que endulzan un poco el amor. Hace poco la prensa inglesa, como siempre lo ha sido, sensacionalista y escandalosa, publicó una encuesta en que la mayoría de los consultados, especialmente las mujeres de la Gran Bretaña, manifestaban que les gustaba hacer el amor después del almuerzo, en la silla trasera del carro y era mucho más emocionante si se hacía con el amante. Recientemente una encuentra reveló que de cada 5 mujeres 2 han sido infieles y de cada 8 hombres 6 han tenido una relación fuera del hogar..

Todos esos elementos sobre la pregunta que me hizo la estudiante de periodismo esa mañana en que salía de una conferencia, me llevaron a investigar un poco sobre la infidelidad, en un sociedad que se precia de tener una moral cristiana, que trata de imponer en las instituciones de educación normas para la formación de los hijos, pero nunca protestan o dicen nada cuando a la casa en horario triple A ingresa ese visitante incómodo como es la televisión nacional privada, con esa carga explosiva de morbosidad, lascivia, y erotismo, no solo convirtiéndose en la primera y mejor escuela para aprender las triquiñuelas de la infidelidad y de la prostitución, sino que la hace aparecer ante los ojos del país como la más “in”, como lo más normal.

Diario La Verdad, 2006

DOÑA SHIKA LHEO



“Aunque tuve 15 maridos de asiento
a ninguno de ellos les fui infiel”, me dijo


Doña Shika Lheo, a pesar de que fue la joven más estigmatizada por el cura que cada domingo levantaba una homilía de ñapa contra aquella joven que llevaba el demonio por dentro, que sufrió el desprecio y la envidia de las otras zagalas de Pueblo Bonito porque no perdía oportunidad para quitarles sus novios y amantes, también fue la mujer más apetecida por los 15 jefes de las petroleras que a lo largo de veinte años dirigieron la explotación del hidrocarburo en los corregimientos de la Isla de Mompox.

El primero que la apeteció fue Mr. Kent, un gringo de casi dos metros de alto, rojo y arrugado como un tomate podrido, que cargaba en el falo de sus placeres una venérea crónica desde que llegó a su pubertad y fumaba habanos con un corazón de marijuana y que perdió la cabeza por ella desde el día en que la vio en las calles polvorientas de Pueblo Bonito, vestida con un mochito raído y una blusa que apenas si le ocultaba los erectos senos. Shica Lheo, tenía entonces catorce años y había, crecido pura, cerrera y salvaje, pescando moncholos y bagres a orillas del río.

Después vendría otro y otro más, hasta que sumó quince gringos, que no solo regresaban alegres y rebosantes de felicidad al país del norte, sino que dejaban sembrada en aquellas tierras pródigas la semilla de la gonorrea y el chancro y, también del progreso.

- “Fueron quince maridos de asiento que tuve y a ninguno de ellos les fui infiel”, me dijo, sentada en su poltrona estilo Luis XV mientras leía las Rimas de Bécquer y daba órdenes a la servidumbre para que atendieran a sus invitados.

Y fue así. Doña Shika Lheo se hizo famosa a mediados de los años cincuenta porque parió quince hijas que traían como emblema el lunar con la forma de murciélago en la pantorilla derecha, cada una de un yanqui diferente, pero que fueron reconocidas en las oficinas de las notarías por sus propios padres, bautizadas todas con el nombre de María y educadas en instituciones de buen prestigio. El padrino de cada una era el gringo que llegaba a dirigir el campo petrolero. “Cuando llegaban lo primero que hacían era preguntar por Shika Lheo”.

Con el único jefe de las petroleras que no llegó a tener relaciones fue con el último de todos ellos, un colombiano, para más señas, descendientes de las etnias wauyus, educado con una beca en Londres, y lo primero que dijo cuando llegó a Pueblo Bonito fue “yo no he venido aquí a comer sobras”, cuando ya el petróleo llegaba a su fin, y en aquellos terrenos reinaba la miseria y la soledad.

Aunque Shica Lheo parió la última hija cuando apenas cumplía los 33 años y seguía siendo una mujer hermosa y perseguida por sus paisanos, nunca jamás le abrió el corazón a ninguno de ellos porque “para mi era una cuestión de honor seguir siendo fiel al último de mis maridos”.

Hoy doña Shika Lheo, vive como una reina, rodeada de sus quince hijas, de los maridos de éstas y de sus nietos. Ya nadie la estigmatiza y muy poca gente la recuerda cuando andaba por las calles, suelta al viento, con sus cuerpo moldeado como el de una avispa panelera y era llamada por sus amigas la “jopo alegre”.

Si así como se los estoy contando. Hoy todo el mundo le dice doña Shika Lheo, y hablan de ella como si fuera una santa.

No obstante, doña Shika Lheo, a sus setenta años es consciente de la vida libertaria que llevó en sus tiempos de niña, cuando vivía con su padre en una casa de barro en la Albarrada de Pueblo Bonito y para subsistir debía pescar cada mañana moncholos y barbules. Ahora orgullosa de sus hijas, y de todo cuanto hizo, no le da pena decir que todo lo que usted ve aquí me lo gané con esta finquita que me dejó mi mamá, y se señala con el índice de la mano derecha el triángulo de la felicidad.

Diario La Verdad, 2005


LAS PATILLAS DE MARIMON

A Fernando Marimón,
notable periodista de Cartagena

Fernando, no el rey prepotente de Aragón, y tampoco “el Pecoso”, y muchos menos el santo, sino Marimón, el periodista, ese que todas las mañanas despierta a muchos cartageneros con saludos de bienestar, especialmente a los volcanes y tormentas de la sensibilidad social, quiere poner a la moda nuevamente las patillas, no las sangrías, como dirían los cachacos, y tampoco las de los frenos de bicicletas, sino las que en otras épocas llevaban los ideólogos e insurrectos de la Revolución Francesa y que en tiempos de las gestas emancipadoras de los pueblos americanos frente al despotismo español, identificaron a los patriotas y revolucionarios de esta parte del mundo.

Aunque parezca extraño, cómo en otras épocas en que el pez identificó a los cristianos, el burro a los demócratas de USA, la estrella roja a los seguidores de Mao, la hoz y el martillo a los bolcheviques o la svástica a los nazis, las patillas fueron una especie de ex-libris, el símbolo con el que se identificaban quienes de una u otra manera eran amigos y simpatizantes de los procesos revolucionarios, no solo en Europa, sino también en América. Las patillas en un ciudadano eran el rechazo al cairel de flecos de marta cibelina que usaban los palaciegos y aristócratas cuando acudían a las cortes para loar a su rey. Las patillas en cierto sentido fueron una manera de hacer la revolución con el cuerpo y así lo entendió el Rey, Elvis Presley, cuyas patillas copiosas, son quizás, las más famosas del mundo.

Las patillas largas y profusas muchas personas las asocian con los próceres de la independencia, no solo en Colombia, sino en toda América. En México, los revolucionarios no solo pusieron de moda las patillas, sino también los bigotes. Era menester que para andar a caballo, llevar dos pistolas y las cartucheras cruzadas en el pecho repletas de balas, el personaje debía tener bigotes y patillas. Cosa que no sucedió entre los norteamericanos, pues los jefes que firmaron el Acta de la Independencia, no siguieron usando su peluca de pelo blanco enroscado, sino que se la quitaron y se dejaron crecer el cabello de manera natural.

Hoy las patillas, esa extensión del pelo que va a cada lado del rostro de los hombres, - pues son muy raras las mujeres que tienen bigotes y patillas-, que tienen forma de un pie corto y alargado, aunque están pasadas de modas, y hacen parte de las fotos y pinturas de nuestros precursores de la independencia, en cierto sentido son más que una pieza de museo, muy a pesar de que en algunos sectores de la juventud, aún se utilizan. Las patillas son el reflejo de una época, la costumbre de un pueblo o la identidad de un país. Hoy, raras veces encontramos una persona con las patillas que usaba por ejemplo Nariño, Santander, San Martín o Padilla. Aunque Bolívar no usaba patillas, los retratistas posteriores a su muerte se las pusieron como las de un mulato, como las de Tomás Cipriano de Mosquera, Manuel Murillo Toro o Pedro Alcántara Herrán.

De las patillas revolucionarias se pasó a la barba pseudointelectual, de chivo, cabra o burguesa y por último quedó el bigote. Hubo personajes que no solo fusionaron sus patillas con el bigote, sino que también incluyeron la barba, como Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Asunción Silva y Marco Fidel Suárez. Y otros, como en el caso de Agustín Agualongo, aquel indio atravesado de pelo liso que le quitó el sueño a Bolívar, que no teniendo vello para las patillas se hizo hacer unas postizas con piel de dantas y de vicuñas.

En nuestro país, de acuerdo con las cronologías, se ha podido establecer que las primeras personalidades de nuestra revolución que pusieron de moda las patillas copiosas fueron José Antonio Galán, Lorenzo Alcantuz, Isidro Molina y Manuel Ortiz Manosalva, líderes de la revolución comunera, cuya influencia sería notoria en quienes jalonarían el proceso independentista en el Virreinato de la Nueva Granada, pues no solo copiaron sus patillas, sino también sus ideales.

El hecho que alguien use patillas en nuestros días, como lo hace Fernando Marimón, el periodista del volcán de la sensibilidad y del cariño, es por decirlo de alguna manera una innovación, pues muy pocas personas le caminan a estos lujos, que no son suntuarios de la cara, sino que hacen parte de la estética facial. Según dicen las divas, para algunos son buenos porque mejoran el look de ellos y para otros es a veces muy perjudicial, porque por allí bajan liendras y piojos. Y yo por mis ancestros indígenas, los valiente y heroicos chimilas que eran lampiños y antropófagos, no uso ni usaré jamás patillas y tampoco barbas. No porque, no tenga vellos para ello, sino por lo que le dijo Libardo Muñoz a Marimón cuando se encontró con él debajo de los portales del palacio de la proclamación: “Las patillas en nuestros días solo las usan los próceres y los maricas. Y en Colombia, ya no hay próceres.

Nota publicada en el Diario La Verdad
2A Cartagena, miércoles 24 de enero de 2007

EL FANTÁSTICO PROFESOR LORA



Se llama Facundo Lora y es el más famoso profesor de cuantos existen en las Instituciones de Educación de esta parte del país, tanto en el sector privado, como en el sector oficial. Sabe de todo un poco, habla de todo un poco, opina de todo un poco, analiza de todo un poco, crítica y discute de todo un poco y está pendiente de ser el primero en meter la cuchara cuando hay una conversación y nadie lo ha llamado.

El profesor Lora, no es un teso, no tiene idea de la pedagogía de Piaget y tampoco ha oído hablar de Juan Amós Comenius, mucho menos de María Montessori y jamás ha leído nada de Bunge y tampoco de Vygotsky, pero es un duro porque habla de todos ellos, comenta siempre en la sala de profesores o en cualquier reunión acerca de lo que acontece en el mundo y expone teorías de pensadores que no existen.

Cuando está en su clase, el profesor Facundo Lora, cuyo nombre lo tiene bien puesto, habla de muchas cosas y de nada. Se rebusca y habla con los términos más desconocidos y recomienda libros y textos cuyos nombres ha escuchado a otras personas o por televisión, pero que él jamás ha leído o visto. Se pavonea ante sus estudiantes, hace alarde de sus muchos títulos nobiliarios, presume de sus amistades, especialmente de las que están en el poder, como también de las que son aristócratas. Usa colonia fina, mastica chicle, calza zapatos de cordobán, habla como argentino, camina como cubano y viste siempre como panameño, de guayabera azul celeste con adornos en alto relieve.

No pierde ocasión para meter la cuchara en temas políticos, pues cuando alguien que tiene aspiraciones electorales y quiere un asesor él es el primero que brinca como un gallo de pelea al ruedo. Jamás lee un periódico, pues esa una labor de gente pueril, tampoco le dedica tiempo a las noticias de televisión, pues para él esa es una actividad de holgazanes y mucho menos escucha ninguna clase de noticieros, porque para él todos sus locutores y periodistas, están vendidos al gobierno. Cualquiera de esas actividades es una pérdida de tiempo, y desdeña de quienes son estudiosos y analíticos de los problemas de la sociedad. Lora se cree un don Juan. No pierde ocasión para lanzar piropos a cuanta zagala encuentra en su camino, y como los caballeros de antes, hace una genuflexión de cortesía y reza el santo rosario a las seis.

Ya mucha gente ha identificado a Lora, saben como es, quien es, y cual es su bagaje intelectual, por eso cuando hay una reunión, por muy informal que esta sea, y llega Lora, inmediatamente todos se van. Algunas personas que no lo conocen, y tienen la dicha o la desdicha de toparse con él, a veces caen atrapados en las fauces de Lora. Para conocer a Lora basta una sola charla. Si la reunión es de médicos, Lora habla de medicina, si es de abogados, habla de jurisprudencia; si por el contrario la reunión es de arquitectos, Lora se libera hablando de arquitectura; si es de bromatología, Lora se desahoga hablando de los sabores. En fin, Lora, aparentemente es un personaje omnisciente. Habla del mundo como si lo tuviera en su mano. Nada escapa a la mente de Lora.

Lora no es loco y tampoco un iluso. No. Lora es un teso. Nunca prepara una clase y tampoco investiga los temas de su especialidad. Para él el conocimiento no está en la investigación sino en el mundo que nos rodea. Su filosofía es práctica. En fin, como Lora hay muchos en este mundo, los encontramos en cualquier lugar, hablando de lo que es y de lo que no es.



martes, 31 de enero de 2012

El Nóbel más largo del mundo


Hace pocos días Oniris Candela, una joven campesina de Pueblo Bonito que despertó de un coma que la mantuvo desprendida del mundo durante casi veintipico de años y alimentada únicamente por el suero casero del agua de coco, se sorprendió porque la primera noticia que escuchó en su destartalado radio phillips aludía a que llegaba a Colombia el Nobel García Márquez. ¿Cómo le dieron otro premio a Gabo?, preguntó aún medio adormilada.

Y es que entre las muchas cosas más grandes del mundo, además de la mina de carbón del Cerrejón, los yacimientos de níquel de Cerromatoso, la roca de oro de Doña Juana, en el sur de Bolívar, los narcotraficantes más buscados del mundo, los burócratas más corruptos del mundo, también tenemos el Nóbel más largo del Mundo, que llega a casi veinticuatro años, o lo que los mismo, 288 meses, que son iguales a 8.760 días, que equivalen a 210.240 horas, y lo que es mejor, cada día se rejuvenece más y más como el mítico Ave fénix, que renacía de sus propias cenizas, convirtiéndose en una especie de amuleto para sus pregoneros, que consideran que el Premio Nobel, aún sigue vigente.

El Nóbel que es un galardón apetecido por muchos escritores, pero también repudiado por otros, que ven en él el resarcimiento que hace al mundo el creador de la dinamita que tantos y tantos daños causó y causa a la humanidad, que para la mayoría de escritores que lo han recibido solo ha demorado un día; aún en nuestro país el Premio Nobel está más vigente que nunca y cuando en el horizonte asoma “aurora, la de los dedos de rosa”, emerge como la gran esperanza, como la más soñada ilusión de muchos colombianos.

No recuerdo que alguna vez se haya dicho Hemingway, el Premio Nóbel norteamericano, o Juan Ramón Jiménez, el Premio Nóbel español, mucho menos Camus, el Premio Nóbel francés, o Saramago, el Premio Nóbel portugués. Nada de eso. Para muchos escritores, el Premio Nóbel no es privilegio sino un estorbo, un karma, y muchos de ellos hacen hasta lo imposible para que no se haga alusión cuando están en algún acontecimiento público.

No sucede lo mismo con el escritor de Aracataca, a quien sospechosamente, como una gran mamadera de gallos, se le han endilgado las palabras Premio Nobel, como si hicieran parte de su apellido. Para muchos escritores colombianos, el hecho de que aún, veintitantos años después una gran cáfila u hornada de periodistas sigan llamando a García Márquez el Premio Nobel colombiano, no le hace ningún bien a la literatura colombiana, por cuanto limita y estrangula a otros creadores en sus aspiraciones a acceder a tan renombrado y también desprestigiado galardón, no porque no sean buenos y tal vez mejores fabuladores, sino porque esté es un país muy tradicional, que como en algunas sociedades tribales, solo creía en las primogenituras. Y en todo caso, mientras se siga trillando el estrambote de “el premio Nóbel colombiano”, habrá otras personas, que como Onisirs Candela, después de un largo sueño, también se estarán preguntando si García Márquez fue premiado nuevamente con un nuevo galardón.



EL BAJO "MANJATAN"

En esa extensa ladera se mueven millones y millones
 de pesos que podrían dar envidia al más notable
de los banqueros del mundo


Es otro mundo el “Bajo Manjatan”, un conglomerado tugurial y aristocrático, donde se mueve tanto dinero como en Wall Stret, con una extensión de más de un kilómetro de largo y cien de ancho, que se ha formado con gente de todas las clases y latitudes al otro lado de la muralla, entre la ribera del otrora Río Grande de la Magdalena, donde aún quedan rezagos de los buques y remolcadores, testigos de la grandeza de otras épocas, y la agitada Albarrada de Magangué, con sus fondas tradicionales que han caracterizado desde hace muchos años aquella Babilonia Moderna. “Son los refugiados de la guerra que disputan un lugar para vivir”, me explicó Roque Barrios, periodista de Sur Costeño, uno de los pocos informativos de la ciudad.

El Bajo Manjatan es un sitio importante y de gran influencia para Magangué y para la región. Lo primero que encuentran los pasajeros que llegan o salen en chalupas, yonson, lanchas, balsas, remolcadores y canoas es un poblado extraño formado de casas palafíticas y modernas, construidas en viejos camarotes lanchas y cascotes de buques siniestrados convertidos en chalet o en lujosas viviendas, pegado a la orilla del río por donde se mueve la muchedumbre abigarrada que grita y vocifera para llamar la atención, peleándose la mochila o la maleta, vendiendo guarapo, fritos y loterías o anunciando el taxi que viaja para “curramba”, “la heroica” o Sincelejo, mientras que, de un lado a otro corren babillas y ratas asustadas por los ladridos de los perros. Es una parte de la ciudad, pero no es la ciudad.

El Bajo Manjatan, rompe con los cánones tradicionales, allí se realizan operaciones y transacciones que no pueden efectuarse en una sociedad tradicional. Todo se vende con la palabra de un hombre o con dinero en efectivo. Los mil bultos de arroz, las cien fanegas de maíz, el lote de ganado, la pila de yuca, la lancha de pasajeros, la arroba de frijol, la tonelada de queso, el amor pasajero, el secuestro, la vida y la muerte de una persona y hasta el sancocho de bagre; todo se paga de contado, nada se fía, no se conoce el cheque y tampoco las ventanillas de un banco, pero eso si “el que de papaya lo tumbamos”, me dijo un matarife de cerdo, que bendecía el cuchillo ante la imagen de la Virgen del Carmen. .

A las cientos de miles de personas que habitan el Bajo Manjatan, gente que ha dejado en el campo sus familias, recuerdos, esperanzas y heredades, no interesan los problemas que están del otro lado de la muralla en la bulliciosa ciudad, ni que mande quien mande y que muchos de sus aristocráticos habitantes añoren al Magangué que en el pasado ostentó el título de “capital arrocera de Colombia”, porque tuvo veinte factorías, varias fábricas de jabón, el edificio más importante de J. V. Mogollón, el famoso parque de las Américas, tres emisoras, entre ellas Sutatenza, la más potente de esta parte del país, astilleros donde se construyeron buques de vapor, fábricas de hielo y el atracadero de embarque de ganado más importante de la Nación que la convirtieron en uno de los centros urbanos de más proyección del país. Nada de eso interesa en el Bajo Manjatan, y tampoco les preocupa saber quien es la verdadera patrona de la ciudad. No. Eso no es materia de sus habitantes. “Aquí se habla de negocios, sucios o limpios, de la Virgen del Carmen, de la cosecha del arroz, de vallenato y salsa, de perico y poesía, de la vida y de la muerte, me dijo el poeta Sarabia.

Así es el Bajo Manjatan, un extraño y agradable lugar, expuesto a las crecidas de Yuma, donde se bebe ron y cerveza, cerveza y ron, se come sancochco de bocachico, se oye toda clase de música, rancheras, boleros, vallenatos, salsa y mapalé, se realizan operaciones comerciales y bursátiles de todo tipo y lo que es mejor, la gente vive en función de su esperanza, de su futuro, de la vida, del porvenir, mientras sobre las balsas y planchones agua abajo, cada mañana la imagen de la Virgen del Carmen, es testigo mudo del incierto destino que se cierne sobre de sus habitantes.