lunes, 24 de octubre de 2011

Quién gobierna a Colombia: Presidente o dictador

A pesar de que el Jefe de Estado, ya sea por boca de él mismo, de la caja de resonancia en el Congreso, o de sus corifeos y correveidiles, siempre habla de su obediencia a la Constitución, de su acatamiento a las decisiones de la Corte Suprema, de su sometimiento a la ley, de su respeto a la división y autonomía de las ramas del poder, lo cierto es que una gran parte de los colombianos que no andan detrás de su férula y que aún no han perdido la dignidad de opinar, creen que sus actuaciones se acercan más a las un dictador que a las de un presidente constitucional.

La propia figura del dictador, aquel que llegaba al poder por medio de un sangriento Golpe de Estado o por fraude electoral, y que nos remitía a una persona vestida de trapos militares, con el símbolo de un depredador en la parte de atrás de la gabardina de piel de marta cibelina y en la visera del kepis, con el pecho adornado de condecoraciones, cruces, medallas, veneras y toda clase de símbolos inventados por el hombre, con botas de caña alta y espuelas de oro, con una espada de cacha de oro atada al cinto, así como los tristemente célebres Pinochet, Videla, Perón, Somosa, Trujillo, Strossner, Stalin, Tito, Franco, Mussolini, Hitler y tantos otros solapados bajo el manto de la democracia, con el paso de los tiempos se ha ido acomodando a las nuevas exigencias de la sociedad y del pensamiento político, vistiéndose de civil, pero blindándose con un aparato militar más mítico e impenetrable que el yelmo de Mambrino.

Con tantos cambios en las legislaciones y en la concepción de los delitos, por ejemplo hoy la rebelión como delito político, según algunos juristas ladinos no existe, la figura del dictador también ha trasmutado. El dictador de hoy no puede ser como el Franco de España, que acalló los poetas no con una mordaza sino con pelotones de fusilamiento, tampoco como el Trujillo de República Dominicana, ni como el Somosa de Nicaragua o el Perón de Argentina o el Strossner de Paraguay. No es necesario que use trapos camuflados o charreteras de militares. Basta con que construya a su alrededor una red integrada por políticos corruptos, dirigentes gremiales, jerarcas de la iglesia Católica, miembros de las Cámaras y un aparato policivo-militar tan tenebroso como la misma Inquisición en su época más triste que les permita acallar a quienes se atraviesen en sus intereses y hambre de poder.

Entre un presidente constitucional y un dictador o tirano legal, solo hay un paso. Pues, con que el autócrata, como en el totalitarismo, utilice la aplanadora o maquinaria parlamentaria para legitimar sus actuaciones, como por ejemplo en el transcurso de su mandato cambiar las reglas del juego, acomodar y enmendar aquellos artículos que en la Constitución dan fuerza a la oposición y podrían debilitar su poder. El Presidente como el dictador o tirano, utiliza toda clase de triquiñuelas y subterfugios para signar o desacreditar a sus oponentes, más si estos conforman una de las ramas del Poder.

Los primeros tiranos y dictadores llegaron al poder, no con las armas, sino por el consenso de sus aláteres. En este sentido, la dictadura es una institución antigua que viene con el desarrollo de la humanidad. La Historia le atribuye el mérito a Tito Larcio de ser el primer dictador romano, que en su época como luego se haría costumbre, era nombrado por uno de los Cónsules en virtud de un mandato del Senado, conformado por nobles y plebeyos. En Grecia, muchos siglos antes hubo tiranos y dictadores como Dracón, Solón, Clístenes y Pisistratos, que a pesar de los aplausos del pueblo en el ágora mientras ejercieron el despótico poder, después cayeron en desgracias y sus nombres fueron borrados de las páginas de las calendas, cuando la gente comenzó a recordar las prohibiciones y los delitos cometidos.

El moderno dictador, como en la Roma de Tito Larcio, también es ungido por sus allegados y por el parlamento que inclina la rodilla y gira las manecillas de la brújula hacia sus intereses, es tirano o déspota o como se le llame, es omnímodo, y además de cambiar una y otra vez las reglas del juego para perpetuarse en el poder, de arrasar con la oposición, de irrespetar los fallos de las Cortes, de lanzar toda clase de contumelias e improperios contra sus críticos, de mostrar una imagen santurrona de que no quiere seguir en el poder, pero por debajo puya e incita a sus palafreneros para que organicen toda clase de artilugios, como consultas y referendos, de llevar el presupuesto de la nación en el bolsillo y repartir el menudo entre quienes le acolitan, de importarle un bledo la salud y la educación pública, de favorecer a sus amigos empresarios privados, de cerrar universidades y declarar ilegal cualquier brote de protesta, de favorecer con prebenda los medios de comunicación que le aplauden cualquier acto y manipulan la información y por el contrario pone una mordaza a aquellos que están en la otra orilla, de aplicar el dicho aquel de que “a donde fueres haz lo que vieres”, en fin a pesar de todo lo que hace el tirano o dictador, por parecer un presidente, no deja de ser tirano, pues no solo concentra en su persona todo el Poder de la Nación, sino que trata de apropiarse y de desacreditar a quienes le cuestionan sus actuaciones.

Es bueno que los colombianos nos preguntemos si en la Casa de Nariño tenemos un Presidente o un Dictador. Yo por mi parte creo lo último.

jueves 1 de mayo de 2008

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