A Fernando Marimón,
notable periodista de Cartagena
Fernando, no el rey prepotente de Aragón, y tampoco “el Pecoso”, y muchos menos el santo, sino Marimón, el periodista, ese que todas las mañanas despierta a muchos cartageneros con saludos de bienestar, especialmente a los volcanes y tormentas de la sensibilidad social, quiere poner a la moda nuevamente las patillas, no las sangrías, como dirían los cachacos, y tampoco las de los frenos de bicicletas, sino las que en otras épocas llevaban los ideólogos e insurrectos de la Revolución Francesa y que en tiempos de las gestas emancipadoras de los pueblos americanos frente al despotismo español, identificaron a los patriotas y revolucionarios de esta parte del mundo.
Aunque parezca extraño, cómo en otras épocas en que el pez identificó a los cristianos, el burro a los demócratas de USA, la estrella roja a los seguidores de Mao, la hoz y el martillo a los bolcheviques o la svástica a los nazis, las patillas fueron una especie de ex-libris, el símbolo con el que se identificaban quienes de una u otra manera eran amigos y simpatizantes de los procesos revolucionarios, no solo en Europa, sino también en América. Las patillas en un ciudadano eran el rechazo al cairel de flecos de marta cibelina que usaban los palaciegos y aristócratas cuando acudían a las cortes para loar a su rey. Las patillas en cierto sentido fueron una manera de hacer la revolución con el cuerpo y así lo entendió el Rey, Elvis Presley, cuyas patillas copiosas, son quizás, las más famosas del mundo.
Las patillas largas y profusas muchas personas las asocian con los próceres de la independencia, no solo en Colombia, sino en toda América. En México, los revolucionarios no solo pusieron de moda las patillas, sino también los bigotes. Era menester que para andar a caballo, llevar dos pistolas y las cartucheras cruzadas en el pecho repletas de balas, el personaje debía tener bigotes y patillas. Cosa que no sucedió entre los norteamericanos, pues los jefes que firmaron el Acta de la Independencia, no siguieron usando su peluca de pelo blanco enroscado, sino que se la quitaron y se dejaron crecer el cabello de manera natural.
Hoy las patillas, esa extensión del pelo que va a cada lado del rostro de los hombres, - pues son muy raras las mujeres que tienen bigotes y patillas-, que tienen forma de un pie corto y alargado, aunque están pasadas de modas, y hacen parte de las fotos y pinturas de nuestros precursores de la independencia, en cierto sentido son más que una pieza de museo, muy a pesar de que en algunos sectores de la juventud, aún se utilizan. Las patillas son el reflejo de una época, la costumbre de un pueblo o la identidad de un país. Hoy, raras veces encontramos una persona con las patillas que usaba por ejemplo Nariño, Santander, San Martín o Padilla. Aunque Bolívar no usaba patillas, los retratistas posteriores a su muerte se las pusieron como las de un mulato, como las de Tomás Cipriano de Mosquera, Manuel Murillo Toro o Pedro Alcántara Herrán.
De las patillas revolucionarias se pasó a la barba pseudointelectual, de chivo, cabra o burguesa y por último quedó el bigote. Hubo personajes que no solo fusionaron sus patillas con el bigote, sino que también incluyeron la barba, como Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Asunción Silva y Marco Fidel Suárez. Y otros, como en el caso de Agustín Agualongo, aquel indio atravesado de pelo liso que le quitó el sueño a Bolívar, que no teniendo vello para las patillas se hizo hacer unas postizas con piel de dantas y de vicuñas.
En nuestro país, de acuerdo con las cronologías, se ha podido establecer que las primeras personalidades de nuestra revolución que pusieron de moda las patillas copiosas fueron José Antonio Galán, Lorenzo Alcantuz, Isidro Molina y Manuel Ortiz Manosalva, líderes de la revolución comunera, cuya influencia sería notoria en quienes jalonarían el proceso independentista en el Virreinato de la Nueva Granada, pues no solo copiaron sus patillas, sino también sus ideales.
El hecho que alguien use patillas en nuestros días, como lo hace Fernando Marimón, el periodista del volcán de la sensibilidad y del cariño, es por decirlo de alguna manera una innovación, pues muy pocas personas le caminan a estos lujos, que no son suntuarios de la cara, sino que hacen parte de la estética facial. Según dicen las divas, para algunos son buenos porque mejoran el look de ellos y para otros es a veces muy perjudicial, porque por allí bajan liendras y piojos. Y yo por mis ancestros indígenas, los valiente y heroicos chimilas que eran lampiños y antropófagos, no uso ni usaré jamás patillas y tampoco barbas. No porque, no tenga vellos para ello, sino por lo que le dijo Libardo Muñoz a Marimón cuando se encontró con él debajo de los portales del palacio de la proclamación: “Las patillas en nuestros días solo las usan los próceres y los maricas. Y en Colombia, ya no hay próceres.
Nota publicada en el Diario La Verdad
2A Cartagena, miércoles 24 de enero de 2007
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