sábado, 24 de marzo de 2012

Los más famosos cornudos de la Historia




Hace pocos días me sorprendí cuando escuché la noticia de que un joven, de una ciudad centroamericana, de apenas veinte años, estudiante de literatura, se había pegado un certero balazo en la sien, después que supo por boca de uno de sus compañeros de estudios que su adorada novia se la estaba jugando con el profesor de Semiótica. “No quiero ser un carnudo tan joven”, fue lo único que escribió en la nota quirografaria y firmada por él y que fue encontrada entre las fojas de un libro de poesía de Charles Baudelaire.

Es posible que este desgraciado joven, como los habrá muchos en la ciudad y en el país, no conoce que el mundo, desde tiempos míticos está lleno de cornudos muy famosos, que incluye dioses, semidioses y humanos, y que algunos han aceptado los cuernos como un hecho natural y que otros, aunque no han llegado a situaciones tan extremas, han desatado guerras entre ciudades y Estados.

Quizás el más famoso de todos es el rey Minos, quien es el primero de toda la prole del mundo y el que acuña el término carnudo, desde el mismo momento en que la reina Pasifae, su esposa, se enamora del toro sagrado de Poseidón, y de cuyo extraño connubio nació el Minotauro. A partir de esos momentos, los griegos que quizás, eran los más grandes mamadores de gallos del mundo, signaron a todas aquellas personas del sexo masculino como cornúpetas o cabrones, pues no se sabía de quien era el hijo de Pasifae, si de Minos o de Tauro.

A este hado fatídico, que algunas féminas persas justifican porque según ellas, Mahoma, predicó que “a la entrada de la caverna de cada mujer está escrito el nombre o los nombres de los hombres que por ella entrarán”, no escapó ni el amargado y huraño dios Vulcano, pues apenas salía con sus fierros para la fragua, su esposa, la casquivana y hermosa Afrodita, llenaba el tálamo nupcial con toda clase de amantes, y tampoco el valiente Menelao, que debió cargar sobre sus espaldas durante varios años las infidelidades de Helena, inclusive después que la rescató en la Guerra de Troya.

Para la literatura universal, los cabrones han sido temas muy importantes en sus argumentos. Las narraciones de las Mil y Una Noches, se originan a partir de la infidelidad de las esposas de Schariar y Schazamán, reyes sasánidas que gobernaron el reino de Samarcanda y que ante semejante afrenta decidieron abandonar sus reinos y volver cuando encontraran a alguien con un sufrimiento mayor que el de ellos. Solo deciden volver, cuando son testigos de que una mujer, somete a un genio que la ha tenido cautiva más de cien años, no solo con su vanidad, sino también con su infidelidad. Schariar, consideró que era más grande el mal para el genio y decidió volver, para fornicar niñas de quince añitos y en la mañana cortarle la cabeza, hasta que cae rendido en las redes tejidas por Scheherezada, la más notable narradora de cuentos del universo.

El Satiricón de Petronio, es un ditirambo al dios fálico Príapo. En Tartufo de Moliére, el tema más importante es el de los cornudos. La Dama de las Camelias, de Dumas, el hijo, la infidelidad es manifiesta. Madame Bobary, de Flaubert, recrea la vida del médico Charles, que no solo acepta las infidelidades de Emma, su esposa, sino que las estimula. D. H. Lawrence, en El amante de Lady Chatterley, a pesar de las infidelidades de Connie, la protagonista, con el criador de faisanes de su hacienda, la novela recrea aspectos notables de la sociedad inglesa.

Aunque el término cornudo, en nuestros días también se aplica a las féminas, cuando el marido le es infiel, este antiguamente solo se aplicaba al hombre. Los antiguos latinos les decían cornúpeta o cabrón (de cabra) y en algunos países de las Antillas, los llaman venados.

De todas maneras, a pesar de que estamos viviendo los tiempos modernos, no deja de ser un estigma o una situación incómoda para una persona que la señalen o le hagan mofa con los cachos, cada vez que llega a un lugar, o en el menor de los casos, le pongan los cuernos en la ventana de la casa, como sucedió en un pueblo de la costa.

Pienso que esa situación debió enfrentar el estudiante de literatura, cuando supo que Cándida Virginia, su novia, se la estaba haciendo con un amigo suyo y fue entonces cuando comprendió los saludos amistosos y burlones de sus amigas, que cuando llegaban le decían como estás Inocencio y se ponían las manos empuñadas sobre las sienes y señalando con el dedo índice hacía arriba.

Diario La Verdad, 2A Cartagena, martes 22 de mayo de 2007







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